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Agua de vida y muerte

ALBERTO TAPIA*. ECONOANÁLISIS. EL IMPARCIAL.

Quizá la mayoría de los humanos creemos que “el agua es vida”, sin ella no se conoce aún algún organismo complejo viviente. No obstante, para otro segmento de la humanidad, aquellos confinados a los trópicos, “el agua es muerte”.

Quizá la mayoría de los humanos creemos que “el agua es vida”, sin ella no se conoce aún algún organismo complejo viviente. No obstante, para otro segmento de la humanidad, aquellos confinados a los trópicos, “el agua es muerte”. Inundaciones y deslaves cobran cada año muchas vidas al grado de llegar a considerarla una amenaza. Cuando se muere ahogado, nadie concibe a el agua como vida. Pero en las zonas áridas como la que habitamos el agua es una bendición para quienes razonamos y, al mismo tiempo irracionalmente se le desprecia.

No me remito al derroche de agua en la agricultura ya que la flora y fauna silvestre que heredamos del glorioso delta del Río Colorado debe su vida principalmente a ese derroche, que junto con el despojo agrícola, mantiene una población de 120 mil faisanes, millones de palomas, cientos de miles de codornices y millones de otros pájaros surtidos que hacen del valle cachanilla una pajarera en la que entran más de los que salen.

Esta vez me refiero al desprecio irracional, con una fuerte dosis de analfabetismo ambiental, que exhiben aquellos ingratos que descargan basura y tóxicos en los miles de kilómetros de canales y drenes a cielo abierto que hacen posible la agricultura mexicalense y sanluisense, o, ¿sanluisina? Pero entre los “villanos” (que viven en una villa, connotación positiva) que tenemos el privilegio de disponer de miles de metros cúbicos de agua rieña, hay también villanos (connotación negativa) que desprecian ese privilegio, claro indicio de su analfabetismo ambiental.

Y mientras que nuestros antepasados fundadores del México primero consideraban al agua sagrada y hasta un Dios le asignaban, en esta planicie inundable que erróneamente llamamos “valle” se le usa como vulgar bote de basura. Enemigos de la sociedad han encontrado práctico arrojar a sus víctimas a un canal de riego agrícola, cual sacrifico humano para saldar sus cuentas o para enterrar (o ¿acuar?) a sus enemigos, competencia, rajón o mala paga. Es decir, la peor calaña humana envenenando el agua sagrada.

Pero algunos mexicalenses le dan otro despreciable uso al agua: se meten en un carro, lo manejan con exceso de velocidad y lo hunden en un canal cual suicidas hídricos. No sé a Usted, ecológico lector, pero me sorprende la cantidad de ahogados encerrados en carros hundidos en canales cachanillas. Ignoro qué sucede en otros lugares (¿los hay?) que tienen el privilegio de contar con miles de kilómetros de canales abiertos y con agua corriendo pura de deshielos y lluvias de la cuenca alta de otra Nación.

Imposible cercar a los canales y drenes con vallas de contención cual curva peligrosa de carretera. Imposible instalar semáforos para control vehicular. Imposible poner topes para disminuir la velocidad en caminos paralelos a las aguas. Imposible llenar de patrullas para impedir más ahogados y encobijados en estas aguas. Pero toda esta “imposibilidad” se pudiese revertir con educación ambiental y enseñanza de valores, algo también despreciado por esta sociedad.

* El autor es investigador ambiental independiente.

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