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Don Federico y el vital líquido

 

Ingenio y curiosidad

Por Jorge Alanis Zamorano

Hecho de aquello que “ya no sirve”

Fui a Izamal y descubrí que además de mágico también es rural, pero acompañado de ingenio creativo y que recupera lo que podría parecer basura inservible para muchas personas. Cuando vas a un lugar buscando alguna historia la encuentras donde menos te imaginas. Entre sus calles observé una pequeña y vieja entrada de lo que vendría siendo una casona, con curiosidad entré y me di cuenta que, además de ser un taller de motocicletas tienen un sinnúmero de cacharros, eso sí, acomodados meticulosamente. Al fondo, un viejo camión de pasajeros, una oxidada estufa bajo una sombra que también padecía de la intemperie y el tiempo. Solicité permiso para tomar algunas fotografías y dudosos me lo otorgaron. Les platiqué, mientras recopilaba imágenes, de dónde venía y que buscaba historias de campo, esas que vale la pena platicar. Fue que asombrados me señalaron al dueño del lugar mientras me dicen pues él armó una bomba de agua para un amigo con un pedazo de motor…

Don Federico Lugo Ceballos lleva una historia de 77 años. Inquieto, amistoso y con ímpetu se coloca en nuestra lista de personajes que debemos conocer en la vida.

Me platicó que uno de sus amigos tiene problemas para hacer llegar agua a su milpa y aunque cuenta con un pozo la dificultad se asoma ocasionando estragos. Acto seguido, don Federico se dio a la tarea de armar una bomba con la que pueda extraer el vital líquido, con mucho ingenio y dedicación, con el reductor de un motor desechable nos relata que comenzó la fabricación; con un asiento, una rueda con pedales de una vieja bicicleta y como bandas utilizó unas cuerdas de henequén, logrando su cometido.

Dice que se la fabricó a “un hombre que no tiene centavos”, este hombre a quien mencionó don Federico siembra calabazas y sandías. “Se la voy a llevar a su terreno porque está allá, en el mero monte”.

Recalca con seriedad “Me da gusto que esté sembrando, con su cubeta tira agua a su milpa y como tiene ganas de trabajar el campo me motivó para ayudarlo, así que le dije: te voy hacer una bomba”.

Le llevó dos días la adaptación de los mecanismos y aunque ya había fabricado otra, la que nos mostró, pensé que tiene un especial valor. Dice que al principio dio problemas, pero después de las pruebas “lo logré” afirma seguro de sí mismo. Le gusta el campo, le agrada la gente que lo trabaja y así deja una herencia clara y contundente “ayudar a quien lo necesita”, tiene la capacidad de crear, la curiosidad, el material y muchas ganas que a sus 77 años nos demuestra que los jóvenes -los que tenemos menos de 60- probablemente no estamos ni siquiera a la mitad de su energía. La basura termina en este caso convirtiéndose en oro molido para un productor agrícola. ¡Buenaventura señor Federico venda su ingenio y regálenos sus enseñanzas y virtudes!

 

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