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El Edén

Texto y fotografías por Diego Ramos Marín

Instagram: @diegohnow

Eran aproximadamente las 7 de la mañana, me encontraba en el asiento del copiloto y las rondas eran por los alrededores del pueblo de Popolnah, Yucatán; íbamos en busca de un desayuno al más puro estilo peninsular para empezar nuestras actividades, me sorprendió ver como los pobladores de la zona ya se encontraban muy adentrados en sus actividades, hombres jóvenes y adultos descargando mercancía, mujeres caminando con su sabucán en busca de provisiones para su familia, niños montados en el triciclo del abuelo y jovencitas ayudando a sus madres a escoger las mejores verduras.

Cada momento que pasaba observando, iba capturando en mi memoria todas aquellas hermosas postales llenas de una magia que sólo se puede encontrar en la tierra del venado y el faisán, fue entonces cuando a lo lejos vi a una ancianita iluminada por los primeros rayos del sol de aquella templada mañana; debajo de un bastidor, entrelazaba hilos con tranquilidad como si compusiese una melodía con su lanzadera, en ese instante decidí sacar mi cámara y congelar aquel momento; yo veía hermosura, veía talento, veía esfuerzo, veía dedicación, veía arte puro hecho por nuestra gente y quería que los vieras, que lo apreciaras, que lo vivieras como yo lo viví aquella templada mañana.

En el paraíso terrenal

Yo nunca había escuchado un lugar en Yucatán llamado “El Edén”, lo primero que vino a mi mente mientras nos encontrábamos en la carretera rumbo al poblado, fue un lugar selvático, lleno de plantas exóticas, un lugar paradisiaco, dónde si bien no había un río o una playa, sí encontraría algún cenote cristalino. Al llegar al poblado no veía plasmado lo que en mi mente había dibujado, pero mis ojos empezaron a ver como se pintaba sobre esas calles algo mucho mejor; había trazos de felicidad y tranquilad, pincelazos de calidez, esfuerzo y amor entre la comunidad. Rápidamente nos estacionamos en una iglesia donde teníamos que llegar a hacer unas diligencias, una vez estando en el lugar mi sentido del olfato se activó por el humo que se desprendía de la casa que se encontraba aledaña, olía exquisito, era obvio que en el Edén también debía haber comida, sin pensarlo dos veces decidí averiguar cuál era ese delicioso platillo que me había abierto el apetito.

Adentrándome en la casa, encontré a una señora atareada que con gesto y palabras de amabilidad me invitó a pasar, cruzamos algunas palabras y entre diálogos pregunté: – ¿Qué cocina señora? huele muy rico. –Frijol con puerco, me respondió. Claro era aún más que obvio que en el Edén no podía faltar este delicioso platillo, seguimos platicando, ella me explicaba brevemente el procedimiento que iba desde levantarse muy temprano para prender su fogón hasta como limpiar el frijol, hacer la salsa y por supuesto picar la cebolla, el cilantro y el chile habanero que serían la cereza de este pastel cocido en leña.

Me tenía que despedir para continuar el viaje, pero antes de irme, le pedí un retrato de aquella hermosa escena, todos tenían que saber que el Edén existe y es que eso fue lo que aprendí de aquel lugar, tu hogar, tu comida, tus tradiciones, el cariño y la calidez de tu gente convierten cualquier lugar en un hermoso paraíso.

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