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¿Por quién repican las campanas?

-¡Que le den la tierra del cementerio!
-¿Y cuando se muera tu madre, dónde la van enterrar?

Por José Luis Preciado

Esta es la historia real de la resistencia de sólo un hombre, defendiendo un pedazo de tierra, frente a la mayoría de una asamblea ejidal. Aquí es donde entran en conflicto la ley de las mayorías y la justicia para un hombre solo.

La época de las haciendas y sus esclavos, nunca se fue.

-Es una mentira eso de que las palabras se las lleva el viento, muchas de ellas se quedan y pegan en lo más hondo”.

Quise saber un poco más y me atreví a preguntar: ¿Así de fuerte, don José?
-Sí, hace poco fui despojado de unos 35 mecates de tierra de un fundo legal, aquí en la comisaría. Era un buen pedazo que los demás compañeros del ejido decidieron vender, y eso está bien por ellos, pero yo no quería vender mi parte, así que discutiendo y toda la cosa, nos fuimos a la asamblea, llevaba al ejido encima, pero yo quería decirles que no estaba bien, que vender a ese precio, era como decirle a nuestros viejos: «Aquí esta lo que nos toca por todo aquello que peleaste». Así que discutiendo y ganando enemigos llegamos al domingo de asamblea, yo sabía que la tenía perdida, pero usaría la voz para decir lo que pienso y listo, cobro los centavos que me están tirando y me voy a comprar cerveza y me los mamo, total para eso sirve esa porquería.

Mientras don José apura su cerveza, yo me acodo en la silla y en tono casi aburrido, me pongo a escuchar, casi adivinar, lo que don José me iba a contar. Siempre he pensado que no es bueno adelantar vísperas y menos aún suponer que eso sería todo: ¿Qué más pasó don José?
Noté bien claro que se le humedecieron los ojos y tragó saliva. Aun así continuó.

-No me va a creer, cuando el visitador federal contó los votos y vio que la mayoría quería vender, nos preguntó si alguien quería hacer uso del micrófono, así que yo levanté la mano y pedí que me lo pasaran. Detrás escuchaba el ruido, que iba creciendo, hasta convertirse en frases completas, insultos a mi persona; ya sabían lo que iba a decir y no les gustaba. Respiré profundo, evité mirar a alguien a los ojos…
Compañeros ejidatarios, comprendo su prisa por vender, -sé que todos tenemos necesidades muy fuertes y que este dinero, aunque sea muy poco, comparado con el valor que tienen esas tierras por la zona donde están-, pero me gustaría que hiciéramos un poco de memoria y recordemos a nuestros viejos, a sus abuelos, papás, que lucharon, y algunos hasta murieron, peleando por estas tierras; las querían para trabajar y luego para heredar a sus hijos, eso era por lo único que valía la pena luchar. Todos esos viejos fueron casi esclavos en esta hacienda, eran menos queridos que los perros y cuando ya no servían, los dejaban por allí tirados, como algo inútil, bueno, pues por eso pelearon. Nosotros creo que podemos conservar estas tierras y dejarlas a nuestros hijos, esa será su única herencia…. Don José se quedó callado, sacudió la cabeza y se pasó la mano toscamente por el rostro. Respeté su silencio, hasta que él mismo lo rompió y siguió contando.

-Dejé de hablar en el micrófono y alcé la vista para ver si me estaban entendiendo. Creo que cometí un error, por que al callar yo, otras voces se escucharon más fuertes… Una de ellas, -la oí bien clarito- la de mi compadre y cuñado Manuel, desde atrás gritó con fuerza:
¡Coño José, si tanto quieres tierra, que te den las del cementerio!… Me fui poniendo rojo de coraje, la voz se me volvió ronca, y así, con el micrófono en la mano y casi rompiendo las bocinas le respondí: ¿Y cuando se muera tu madre, dónde la van enterrar?

-Le digo que las palabras no se las lleva el viento…Manuel, mi gran amigo, compadre, cuñado… esas palabras me mataron, me quitaron el respirar y el mismo aliento. Ya no pude seguir, entregué el micrófono y me fui a la casa. A lo lejos escuchaba al visitador que anunciaba: La asamblea manda y aquí se respeta la mayoría, así que las tierras se venden a don Francisco.

-Llegué a la casa y me dice mi vieja: ¿Qué te pasa José?
-No se pudo vieja, son mayoría, contra eso no se puede. Pero si lo sabías, viejo.
-Sabía que esto pasaría, pero no estaba listo para escuchar a los vecinos decirme hasta de lo que me voy a morir, sólo por defenderme… Bueno, hasta el compa Manuel me recetó las tierras del cementerio, me dolió mucho eso y ya dejé de luchar. Contra eso de la mayoría y contra de tus amigos y vecinos no se puede.

Pero allí no para todo eso… -Don José siguió-.

-Nunca me dieron nada de la parte que me tocaba, ni un peso y así pasó el tiempo, pero no la rabia. Mi esposa se preocupaba por cómo me veía, ya solo, sin amigos, si quería conversar con alguien me iba al pueblo vecino, allí sí tengo amigos.
La pobre me dijo un día: Ya José, supera eso, te vas enfermar.
-No, no puedo, no es tan fácil -le respondí-. Los veo a todos darme la espalda, sueño con matar a alguien, nada menos la otra vez, allí en medio del monte, le dije al señor; ¡Dios mío, dame fuerzas para ver que caiga por lo menos uno de ellos y luego me llevas a mí!
-Miguel, por Dios, te va a llevar el diablo.

¿Así de fuerte es el coraje?
-Y mucho más. Le juro a usted, por la vida de mis hijos, que no soy ambicioso, que no me interesan los bienes terrenales o las fortunas mal habidas, ni las casas de lujo ni nada de eso, sólo lucho y peleo por lo justo. Yo comencé a trabajar desde los ocho años, aquí en esta hacienda, en la raspa de henequén. Yo no regateo nada que no me toque».

Me dice que acudió al gobierno, ¿qué le dijeron ahí?
Don José se levantó y alzando las manos, -como invocando-.
-Lo sentimos don José, la asamblea manda, está en la ley, ellos son mayoría, usted está solo.
-Oiga, abogado ¿y la justicia?, ¿y este papel firmado por el presidente de la república?, ¿qué hago con él?…me lo achoco por el culo.

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