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Siempre serán tiempos de radio

La radio rural que pueda contar historias…

A Isidra Michel

Desde la cocina evocaba cánticos aprendidos en su niñez revolucionaria:

Si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por mar, si por mar en un buque de guerra, si por tierra en un tren militar…

La masa iba cobrando forma de rueda y con la gracia de una bailarina de danza, era depositada en un comal ardiendo a pura leña. Aquella cocina era una kermés de olores que se tatúan en la geografía de la lengua, papilas dilatadas por la carencia y el hambre, en cada pase de tortilla un perfecto olé al ruedo del comal.

 

A los abuelos siempre los conocimos viejos.

El abuelo Rosalío, optimismo sabio de un hombre de la vida, el mejor contador de historias sembró en nosotros el cariño y respeto por la tierra que tanto trabajo y sangre agrarista les costó. Siempre nos aconsejó: “Mira bien, si te quedas aquí, tendrás que sufrir y disfrutar del fruto paciente de tu trabajo; si te vas, estudia una profesión o te metes al comercio, de lo contrario serás el peón de cualquiera”. Isidra más bien callada, generosa y compasiva, menudita, candorosa y tierna, cabecita de cebolla, rostro blanco y apergaminado por el tiempo, ojos azul profundo colocados allá al fondo de la cuenca, había que asomarse para apreciar la belleza, una vez adentro te quedabas para siempre, ella era nuestro refugio cariñoso ante el severo carácter del abuelo.

 

Isidra Michel nunca bajaba a la ciudad, no la quería nadita, la encontraba loca, bulliciosa y materialista, sin lugar para sembrar, la gente vivía arracimada, no cabía en sus casas, sin espacio para que caminen las gallinas, ni chiqueros para criar los cerdos, ni lugar para colgar las calabazas, hacer queso, bajar elotes y guayabillas menos. Y luego en las calles torear a los carros, caminar por las angostas banquetas donde la gente se empujaba tratando de ganar el paso, aunque seas viejo no te dejan lugar, allí todos tienen prisa por llegar a ningún lado. En fin, no quería bajar a la ciudad ni para ver al médico, una vez la llevaron por un parto complicado, pero ni vio las calles, despertó en su casa otra vez ya con Pedrito en sus brazos y tomando caldito de pollo.

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¡Qué te calles!

Queríamos mucho a la Nina, así que para acompañar su soledad -según nosotros- le compramos un radio de pilas, una mañana se lo dejamos sintonizado allí en la cocina y nos fuimos al patio para atender a los animales, ella cantaba como siempre lo hacía, de pronto escuchó que alguien la estaba interrumpiendo: “Vamos a la información, desde Tonaya las noticias de Radio Páramo”…

Doña Isidra, se molestó por la interrupción y dijo de manera suave pero muy clara: ¿Te quieres callar? -La voz del radio no le hizo caso y seguía con las noticias.

“Cinco muertos y cuatro heridos, saldo del accidente ocurrido en la carretera Guadalajara-Chapala… Según la policía…”.

-¡Que te calles!- sonó de nuevo la voz de Nina Isidra, algo más fastidiada, mientras la radio seguía, así que no había otra salida, se fue directo al origen de la molestia, donde nacía la voz entrometida, para eso todos acudimos al lugar de la discusión, allí encima de la mesita estaba el aparatito, con la voz intrusa llena de efectos y cortinas que separaban entre nota y nota. Ruidos, sólo ruidos.

Todos pensamos que la abuela apagaría la radio, pero oigan lo que pasó: Lo tomó en sus brazos y comenzó a zarandearlo, arriba y abajo, mientras gritaba -cállate, cállate ¿qué no entiendes? cállate- y la voz no se callaba, ni variaba el tono ceremonioso de la crónica. Pegaba saltitos con el radio abrazado, luego lo tiró al piso, buscando acallar la voz y nada, era de esos viejos radios resistentes a la peor embestida, a todas éstas, la voz seguía firme, voluminosa y engolada, -no había de otra-, tomó al radio en sus manos y se fue directo a la pila de agua, todos miramos petrificados la carrera, una vez allí, hundió la locura entre burbujas y chapoteos imaginarios, atenazados por los brazos que metidos hasta el codo en el agua resistían el reclamo de esa voz… hasta que por fin a puro gorgorito aquello quedó en silencio. No hubo reclamos, no hubo regaños, la abuela volvió a depositar las ruedas saladitas sobre el comal y a cantar sin más distracción… “esas tierras del rincón, las sembré con un buey pando, se me reventó el barzón y sigue la yunta andando”…

 

Al fondo de la pila, donde beben agua los animales, se ahogaron; Kalimán y Solín, Chucho El Roto, El Ojo de Vidrio, Felipe Reyes, El Payo, El Risametro, Sube Pelayo Sube, Panzón Panseco, Celia Cruz, Hermanitas Núñez, Las hermanas Águila, Pedro Infante, Jorge Negrete, La Tremenda Corte, Julio Chávez y su radio Páramo.

 

Por José Luis Preciado

 

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