Labriegos de Hopelchén han demandado, de manera infructuosa, que cesen la fumigaciones dañinas e ilegales.
En Hopelchén han muerto cientos de abejas en los apiarios por el uso de agroquímicos, la deforestación y pérdida de floración silvestre. Esto ha reducido la producción de néctar generando miel contaminada, lo que ha frenado la exportación de cargamentos a países como Alemania y Arabia Saudita por la imposición de estrictas medidas de control y certificación sanitaria. Estos son algunos de los impactos del modelo de agricultura industrial que practican en Campeche los alrededor de 12 mil menonitas en sus 18 colonias o campos de cultivo.
El Colectivo de Comunidades Mayas de los Chenes, organización no gubernamental que reúne a representantes de diversos pueblos del municipio de Hopelchén, ha documentado la irrigación aérea de las grandes zonas de cultivo en los campos menonitas, así como la deforestación de las selvas para cambiar el uso de suelo e incorporar más superficies a la siembra de soya y maíz, evidenciando el peligro que suponen para la apicultura en la región.
En 2016, el Centro de Ecología, Pesquerías y Oceanografía del Golfo de México (Epomex), organismo de investigación de la Universidad Autónoma de Campeche, dio a conocer que el uso de fertilizantes contaminó el manto freático en 17 comunidades de Hopelchén, todas ubicadas cerca de los campos de producción menonita.
Entre las sustancias agroquímicas que los investigadores encontraron en la orina de los campesinos de esas zonas, y particularmente en Ich Ek, se encuentran los restos del glifosato; los lugareños aseguran que ha habido casos de cáncer.
Además del glifosato, expertos de Epomex documentaron que la comunidad menonita fumiga con avionetas sus cultivos –más de 70 mil hectáreas tan sólo en ese municipio– con carbofurán, imidacloprid y clorpirifos, todos altamente tóxicos, además de atrazina, que según algunas investigaciones de Greenpeace ésta retrasa el crecimiento de los bebés en gestación.
El colectivo denunció que la fumigación aérea que realizan los menonitas es ilegal, pues carecen de los permisos de las instituciones reguladoras; tampoco cumplen con la Norma Oficial NOM-052-FITO-1995 y no notifican a los habitantes de las poblaciones colindantes que realizarán esa labor, generando afectaciones sanitarias, contaminación de pozos rústicos y daño a la flora silvestre, de donde se alimentan las abejas para producir miel.
Labriegos de esas localidades han denunciado los perjuicios a sus apiarios y pese a que han solicitado indemnización o la suspensión de esas fumigaciones, no han obtenido respuesta hasta el momento.
Y es que en Hopelchén el cultivo de la soya –en su mayoría transgénica, según activistas de la región– registró un crecimiento notable, pues en 2004 sólo se sembraban 220 hectáreas y para 2005 aumentó a 2 mil 305; el ciclo pasado (2021) ya eran 49 mil 870 hectáreas.
Según Fernando Catzín Aké, secretario general de la Asociación de Productores de Soya y otros granos en el estado, este año sembraron más de 60 mil hectáreas de soya en ese municipio y esperan obtener 180 mil toneladas.
Sin embargo, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) no ha autorizado el cambio de uso de suelo de 2015 a 2022, por lo que es evidente que la incorporación de esas superficies ha sido de manera ilegal. La Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) ha iniciado al menos 69 acciones administrativas por cambio de uso de suelo, según informes proporcionados por ambas dependencias.
Ante el excesivo uso de agroquímicos, el aumento de la deforestación ilegal y las protestas de pobladores del Hopelchén por las afectaciones que padecen, la Semarnat instaló en marzo pasado mesas de trabajo con las agrupaciones de menonitas para intentar poner orden.
Hasta ahora, no se han dado a conocer los acuerdos o resultados, y las quejas de los labriegos mayas van en aumento.
Campeche es el principal productor de miel en el país; el año pasado se captaron más de 438 millones de pesos por 8 mil 951 toneladas, de las cuales se exportaron 5 mil 757 toneladas con valor de 407 millones 540 mil pesos, principalmente a Europa, sobre todo a Alemania y otra parte a Arabia.
Cristóbal Horta Pérez, presidente del Consejo de Administración de la Sociedad Miel y Cera de Campeche, que agrupa a más de 5 mil campesinos mayas de la capital del estado, Hopelchén, Hecelchakán, Calkiní y Tenabo, reconoció que la llegada de los menonitas impactó de manera negativa en la producción mielera.
Hopelchén aporta alrededor de 30 por ciento del acopio de miel de esta sociedad de producción que, según cifras oficiales, fue de mil 568 toneladas con un valor de 76 millones 832 mil pesos en 2021.
De acuerdo con Horta Pérez, a raíz de que en Alemania se detectaron hace algunos años residuos de agroquímicos tóxicos en los envíos de miel, se rechazaron algunos contenedores y a partir del año siguiente se impusieron medidas sanitarias para certificar la calidad y evitar el consumo de producto contaminado, principalmente con glifosato.
“Nos ha generado gastos extras, es cierto, pero afortunadamente desde hace cinco años no nos han rechazado ningún envío de miel”, aseguró el líder campesino.
El activista Álvaro Fuentes Mena, representante de la Red Mayense de Guardianes y Guardianas de Semillas de la Península de Yucatán, lamentó que las autoridades ambientales y las agropecuarias no hayan encontrado la manera de frenar la deforestación de las selvas para incrementar la siembra de soya, principalmente por parte de los grupos menonitas, a pesar de los daños sanitarios y ecológicos que ocasionan en las comunidades mayas por las fumigaciones aéreas.
“Están acabando con el futuro de los pueblos mayas y no hay manera de frenar este desastre”, alertó.
Donde actualmente se ubica el campo menonita de Santa Fe –recuerda el apicultor– antes crecían especies como el dzidzilché (Gymnopodium floribundum Rolfe), árbol muy apreciado por los apicultores por la alta calidad de la miel producida a partir del néctar de sus flores.
También había kitinchés (Caesalpinia gaumeri), jabines (Piscidia piscipula) y tzalames (Lysiloma latisiliquum). Hoy sólo pervive una hilera de kibixes –arbusto cuyas flores también son polinizadas por las abejas–, detrás de la cual se extienden campos de arroz, otro monocultivo que en los últimos años se impulsa en Hopelchén. El apicultor explica que en otras temporadas en estos terrenos se sembró soya. El desmonte de esta zona también ahuyentó a los animales que ahí vivían.
“Había pavo de monte, puerco de monte, venados; en la aguada –acumulaciones de agua que se forman en las depresiones naturales durante época de lluvia– había como cuatro o cinco cocodrilos grandes, pero al llegar esos menones (como algunos lugareños les dicen a los menonitas) a enterrar las aguadas y todo, pues los animales se fueron yendo, fueron perdiendo su hábitat”, explicó.
La diversidad de árboles también permitía que ahí se instalaran apiarios. Eso también se perdió, dice el apicultor de 67 años.
Con información de La Jornada