Por Ana Laura Preciado
Tras varias décadas de surcar los mares y esquivar climas viles; del ir y venir de muchas especies que desaparecen; luego de rapiñas y la ignorancia hacia los tiempos de veda por parte de los cazadores del océano; de periodos difíciles en los que su labor no valía lo suficiente como para llevar comida a su familia, ahora varios pescadores retirados disfrutan del mar plenamente.
Tal es el caso de un par de marinos de antaño, cuyo apellido, Nadal, es bien conocido en el puerto de Dzilam de Bravo. Estos navegantes, hermanos, vivían de la pesca, pero tras alcanzar la edad de retiro, hoy es la pesca la que vive dentro de ellos.
Después de los años, la actividad forma parte del quehacer cotidiano, es imposible de detener; para estos hermanos es una razón de ser, una manera de llenar de alegría la existencia, la excusa perfecta para tomar una balsa y remontarse a un pasado lleno de aventuras, arrebatos de la naturaleza y la prístina imagen de un mar que, aunque rebosante de fuerza, en sus aguas hay un tenue teñido gris, casi vacío, por la depredación del ser humano.
El paso del tiempo, con mucha crudeza, se llevó la vitalidad del mar, la expresiva convivencia entre animales marinos y, lamentablemente, hace poco más de un año, también se llevó a uno de ellos. Ambos eran marinos por convicción y profesión.
Hoy, la pesca es una actividad recreativa para el Nadal que queda. Cada tiempo, -considerando si hay “sueste” o no-, se levanta muy temprano por la mañana para tomar rumbo hacia su segundo hogar, mayor confidente y mejor amigo: el mar.
A bordo de un sencillo bote y armado con su cordel, red, vela, chaleco, linterna y nevera, el marino Nadal sale con total calma a pescar algún pez que goce de no tan buena suerte: rubia, corvina, lisa, liseta, mero, o si el viento y la temporada están a su favor, algo de pulpo o camarón. De paso, aprovecha el viaje para contemplar el paisaje y perderse en el infinito manto acuoso.
El botín del día será su alimento de la tarde, o quizá una probable venta para llevarse un dinero extra al bolsillo.
Para Nadal, la pesca dejó de ser un sustento y ahora es una pasión. Quizá te preguntas “¿por qué marino y no pescador?”, a lo que él responde, resuelto: Antes éramos marinos porque escuchábamos y entendíamos lo que la naturaleza nos quería decir. Los marinos saben usar velas para regresar a casa; ahora la gente no sabe ni siquiera cómo luce una; creen que es sólo una sábana arrumbada en un rincón de la embarcación que les puede servir de cobija si llegan a “irse de viaje” *.
Los marinos aprovechan cualquier objeto para salvar el día -por si las cosas se ponen duras-; y, a palabras del marino Nadal: En el saber “velerear” está la clave para encontrar el camino de regreso. Estas prácticas se han ido perdiendo con los años; la gente ya no escucha al mar o al viento; los pescadores desconocen el uso correcto de un compás, o dado caso no tengan uno, el saber guiarse con ayuda de las estrellas, que fungen como brújulas, para encontrar el rumbo correcto a la costa… ésas son cosas de marinos, no de pescadores.
Cuando llegas al puerto y preguntas por algún pescador -mmm, perdón, marino- con años de experiencia, él será la primera persona con quien te referirán. Un maestro, un navegante, un experto del agua, del clima y de las nubes; muy parecido a un meteorólogo que estudió años para predecir los patrones climáticos. Así se manifiesta la experiencia del marino Nadal.
Ahora, con 78 años de edad, a pesar de algunas dificultades médicas y la precaria situación de escasez en la costa, la pesca sigue siendo parte de su vida. Ya sea reparando redes para los pescadores activos o limpiando pescados para regalar a sus más queridos, nuestro protagonista simplemente no puede alejarse del océano.
Ningún padecimiento o dificultad alejaría a este antiguo marino de su adorada Dzilam. Eternamente enamorado del sabor de la costa, de sus aromas, del aleteo de las gaviotas y los valiosos recuerdos creados siempre en compañía su hermano, así como del mar.
Dime… tú, ¿cómo podrías alejarte de tu primer amor?
(*) “Irse de viaje” es una expresión que significa salir a pescar por más de un día.