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Menonitas: Comunidad feliz

Menonitas: Una comunidad autosuficiente y feliz

ORIGENES
Henrich Smith Klein fue uno de los fundadores. Recuerda que en 2003 solamente un grupo llegó a tierras quintanarroenses a negociar con los ejidos de Bacalar. Habían vendido sus pertenencias y tierras en Belice y estaban dispuestos a comprar en la península de Yucatán.
Como es su costumbre, reunieron fondos de su cooperativa y solicitaron préstamos financieros para poder adquirir las tierras. Al final, decidieron establecerse en Quintana Roo. El trato fue hecho por cinco mil hectáreas con el ejido Aarón Merino Fernández por cerca de 15 millones de pesos, de acuerdo a sus estimaciones.
Fueron cerca de 40 familias que migraron al Estado, unas con nacionalidad mexicana y otras más, al no tener la manera de comprobar la nacionalidad, se aventuraron a viajar e introducirse al país por la frontera de Belice. Las otras 10 familias habían migrado de Campeche, Durango, Zacatecas y Chihuahua, debido a las sequías, a la falta de oportunidades de venta, a que las tierras eran más caras y a la inseguridad de los estados del norte.

Fuente: NOVEDADES DE QUINTANA ROO.

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A su llegada a tierras quintanarroenses, ya después de hacer el contrato de compra-venta, las familias que llegaron se enclavaron en la selva. Había un arduo trabajo que los esperaba. Tenían que limpiar las tierras que habían poseído para lo que saben hacer: la agricultura.
Durante un año, las 50 familias se dispusieron a limpiar poco a poco el lugar, comenzaron los primeros cinco campos y emprendieron a trabajar sus tierras sembrando maíz, frijol y soya.
Johan Harder Wall, un veterano de la comunidad recuerda que tardaron un año preparando la tierra, sacando las piedras que impiden la buena siembra, y para hacerlo tuvieron que realizar quemas que para ellos son “controladas”, y así conseguir que la tierra se hiciera más fértil. “Trabajamos un año sin poder sembrar y sin tener ganancia alguna, pero eso ya estaba contemplado. Teníamos un fondo para sobrevivir en lo que esperábamos la nueva temporada para comenzar la siembra”.

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Meno Simonis
Los menonitas reciben su nombre gracias a el, ya que fue uno de los pilares de la iglesia anabaptista
Para las autoridades de la Comisión Nacional Forestal (Conafor), en aquel entonces declaró que la quema que realizaron este grupo de menonitas ocasionó varios incendios que no se pudieron controlar; incluso en 2013, ocho de ellos tuvieron problemas legales por delitos contra la biodiversidad, devastación y deforestación de la selva al provocar incendios forestales. Ante esto, la comunidad comenta que no han hecho más que trabajar sus tierras.
En aquellos años utilizaron métodos tradicionales para el cultivo y la preparación de las tierras. Con ayuda de caballo y tractores, araron hectárea por hectárea, dedicando meses enteros para que su sueño fuera una realidad.
Quienes se acercaban a ellos veían con poca fe que lograran sembrar en aquellos grandes campos debido a que la tierra estaba llena de piedras y, a ojos de campesinos locales, era casi imposible preparar inmensos terrenosy que la siembra pegara a gran escala; sin embargo, los menonitas dedicaron jornadas laborales de sol a sol,pues proyectaban a futurograndes parcelas de siembra.
MICROCIUDAD.
Nuevo Salamanca tiene cinco mil hectáreas divididas en 16 campos. Cada uno está conformado por 19 familias, una iglesia, una escuela y una tienda que abastece a los habitantes del lugar.
El número de hijos varía entre siete y 12, algunos hombres mayores van por el segundo matrimonio. Aunque la iglesia les permite a ambos sexos volver a unirse con otra persona sólo en el caso de que queden viudos, la realidad es que la mayoría que goza de dicho “privilegio” son hombres y se les ve acompañados de una esposa joven que los cuidará para envejecer.
Al menos en un campo, cinco hombres van por su segundo matrimonio. Todos coinciden que enfermedades como cáncer o diabetes fueron los causantes de que perecieran sus primeras esposas.
En el caso de los niños, la escolaridad no es igual para todos. Las niñas dejan de estudiar cuando cumplen 12 años y los niños hasta los 13. A partir de entonces se inician en actividades laborales en el campo (hombres) y en el hogar (mujeres), esto hasta que cumplen los 19 años. De acuerdo con la creencia familiar, los hijos deben pagar a sus padres, durante ese período de seis años, por todo lo que invirtieron en su sustento y educación.

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En un día normal, el padre de familia ocupa a sus hijos para que realicen labores en sus parcelas. Preparan la tierra para la siembra, riego, cosecha y acopio, por lo que se alistan para iniciar sus actividades desde las primeras horas de la mañana.
La mayoría de las ocasiones, la convivencia familiar es sólo para la hora de los alimentos. El desayuno inicia a las siete de la mañana con un poco de café y un pan con mantequilla, y después de unos minutos juntos, cada uno inicia sus actividades del día, como ir al campo o a la escuela, labores de casa o simplemente jugar entre el césped, en el caso de los niños menores de seis años.
En algunos hogares es una costumbre que los padres salgan desde temprano, después del desayuno, a ofertar sus productos al pueblo vecino. Con su carreta cargada de hortalizas y algunas rejillas de huevo van dispuestos por aquella larga brecha a vender lo que cosecharon.
En esta labor, los acompaña su esposa e hijos pequeños. Bajan al pueblo de Bacalar, en donde recorren calle por calle. Aunque los comerciantes no siempre compran lo que ellos ofertan, no pierden la calma. Mientras, la esposa y los hijos esperan dentro de la carreta.
Hay quien baja de su comunidad con una carretilla y prefiere pararse sobre la carretera y no caminar más. Entonces se arma de paciencia y espera la llegada de algún cliente para ofertar sus productos.
El manojo grande de hortalizas, como cilantro, lo venden entre 30 y 40 pesos. La docena de huevos de patio cuesta 18 pesos.
Como a las 10 de la mañana, regresan a sus hogares por aquella vereda en la que tardarán aproximadamente una hora para llegar hasta su campo, justo cuando es hora del almuerzo.
A las 11 de la mañana están listos para el primer alimento fuerte del día. En su dieta diaria, en las comidas fuertes, consumen frijoles, arroz, fideos, soya, pollo, huevo, papa y tortillas.
Los guisos que preparan dependen de su nacionalidad o sus costumbres: unos tienen gustos más conservadores y solamente incluyen frijoles, fideos, soya, pollo y pan; otros, acostumbran guisos más condimentados, como adobo de pollo y comida típica de México acompañada, eso sí, de picante.
Los siguientes dos tiempos de comida los realizan a las tres de la tarde, con un café y un turrón de azúcar, y a las 18 horas, tiempo de la cena, se consumen nuevamente arroz, frijoles y huevo. Muy pocas veces compran la carne fuera de su comunidad, prefieren criar pollos para su consumo y obtener de ellos los huevos y su carne.
ACTIVIDAD ECONÓMICA
Dedicados 100% a la agricultura. La comunidad de Nuevo Salamanca tiene dos temporadas de cosecha en primavera-verano con el frijol y sorgo, mismos granos que comienzan con la siembra en diciembre; en otoño-invierno, con la cosecha de maíz y soya, ésta se siembra en primavera-verano.
Este año tuvieron una producción de, aproximadamente, 39 millones 940 pesos, debido a que tuvieron cosecha cerca de ocho mil toneladas; sin embargo, para los agricultores de la comunidad, estos números no se reflejaron en sus bolsillos. La producción de los granos se transporta hacia Mérida, Zacatecas, Veracruz y el Distrito Federal.
Henrych Shmith Klein, habla de la producción actual del campo menonita.

De lo recaudado, 90% se va en pagar insumos o intereses de préstamos anteriores que han solicitado para la nueva temporada que, desafortunadamente, no han podido liquidar debido al temporal de lluvia de tres años atrás que les ocasionó que muchas de sus parcelas se pudrieran, dejándolos con pocos ingresos para su sustento y con una deuda interminable por pagar. En algunos casos, los rendimientos varían entre siete y 15 mil pesos, muy poco por donde se quiera ver.
Por ejemplo, colocaron dos mil toneladas de frijol a 10 mil pesos cada una, es decir, a 10 pesos por kilogramo, muy bajo precio a ojos de los habitantes que tuvieron que trabajar la tierra de sol a sol para la siembra y cuatro meses de cuidado antes de la cosecha.
Con una cosecha similar a la del frijol, la soya se vendió en cinco mil 300 pesos por tonelada. El precio más barato fue el que tuvo el maíz, el cual se vendió a tres mil 700 pesos por tonelada.
Durante la charla, Henrich dice que, en las fechas que no son época de siembra o cosecha, realizan otros oficios, como soldadores de maquinaria industrial, ganadería, crianza de pollos para la producción de huevos, crianza de cerdos (actividad nueva en la comunidad) o carpintería.

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Johan Redicob, un trabajador de la fábrica, comentó que los “chambeadores” cobran un salario de 250 pesos por un horario de 7 a 17 horas, lo que les ayuda a solventar los gastos de su hogar. Las familias menonas subsisten con un ingreso de entre mil 200 y dos mil 500 pesos, dependiendo de los ingresos en cada familia y los integrantes de las mismas.
Otra de las actividades más redituables, de acuerdo con trabajadores de la fábrica de alimentos para animales, es la venta de este manjar listo para el consumo de pollos y cerdos.
Por lo menos, cada semana preparan entre 400 y 800 bultos de alimento para que sea trasladado a Mérida, Cancún y Playa del Carmen, principalmente. Esto equivale a entre 20 y 40 toneladas. Por lo menos una vez a la semana los visita un tráiler que se lleva 35 toneladas, dejándoles entre 80 y 160 mil pesos semanales.
Trabajan en conjunto

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Se organizan por medio de una cooperativa de la comunidad, la cual administra el dinero de todos e, incluso, gestiona crédito en financieras para que se generen insumos y que la economía de la comunidad tengan solvencia para volver a trabajar la tierra durante la próxima cosecha.
De cada 100 kilos de grano, cada agricultor dona un kilogramo para el fondo de la cooperativa. Con los créditos compran y se reparte la semilla a quien lo necesite; después, el productor pagará con sus granos cosechados. De réditos anuales pagan 18% por su préstamo.
La comunidad entrega toda su cosecha al centro de acopio en el que tienen dos hombres dedicados únicamente a la venta de los granos. Ahí, los agricultores de esta misma cooperativa reciben las semillas y fertilizantes, y con la producción se paga lo que se adeuda, mientras que el resto se va para el productor.
Johan Harder lamentó que durante tres años corridos no han podido cubrir los insumos, debido a la poca cosecha. En 2012, por ejemplo, parte del año fue muy seco y la otra mitad con mucha lluvia al paso de un huracán, lo que ocasionó que toda la producción se pudriera.
“Como ese año fue completamente perdido, 2013 pagó lo del 2012, y este año lo del 2013, así que vamos pagando intereses y bajando poco a poco nuestra deuda”, expresó. Esta cosecha de soya que ya entregaron tuvo muy buenos resultados. En el caso de Johan, su producción total fue de 43 toneladas de soya y sólo cinco toneladas fueron sus ganancias, el resto se fue para los insumos. Él mantiene una deuda de más de 400 mil pesos y sólo “la bendición de Dios” lo ayuda para terminar de pagar esa cuenta interminable.
De acuerdo con los habitantes de Nueva Salamanca, el gobierno federal otorgó este año un subsidio que consistió en darles 54 kilos de semilla de frijol Jamapa a cada familia, mismas que servirían para la siembra de tres hectáreas. En total, fueron 100 familias quienes recibieron dicho subsidios.
VÍCTIMAS DEL FRAUDE
Sólo 5% de la población se dedica al ganado y a la producción de leche y queso. Esta actividad descendió debido a que fueron presa de fraudes en más de una ocasión. La última, comenta Johan Harder Wall, fue por más de 100 mil pesos por la compra de ganado, pero sólo recibieron la mitad de lo acordado y fueron becerros. Al recordar aquellos momentos, suspiró y su rostro volvió a aquella tristeza que lo cobijaba.

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Johan Harder W.
“Solo nos entregaron 28 cabezas, pero pocas vacas la mayoría becerros y novillones. Aquí muchos han hecho fraude.”
En la venta de leche, les pasó algo más catastrófico. En 2012, tenían un proveedor en Chetumal muy fuerte, les compraba toda la producción láctea, es decir, cerca de mil 500 litros por semana. El litro se los pagaba a tres pesos con 50 centavos; sin embargo, los mantenía siempre con una semana de retraso en los pagos, hasta que un día comenzó a retrasarse más y más hasta que la comunidad entró en crisis. La deuda de este proveedor para la cooperativa menonita superó los 300 mil pesos.

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al fue la crisis que, durante una reunión de consejo, tomaron la decisión más radical. Dejaron secar a las vacas para que no produjeran más leche y comenzaron a vender el ganado para poder recuperar algo que les ayudara a liquidar su deuda con la caja de la comuna. Habían decidido que era la mejor opción, pues dejó de ser redituable para todos.
HURACÁN DEAN.
Para Ana Dick, recordar aquél año en que les anunciaron la llegada del huracán “Dean” a tierras bacalarenses la sigue estremeciendo. En sus recuerdos está presente lo más trágico para la familia Smith: su casa se derrumbó tras el paso del furioso evento hidrometeorológico. De aquel primer hogar, sólo quedaron los cimientos. Las cosas volaron por todos lados, y lo poco que se recuperó, ahora se encuentra depositado en una bodega al fondo de la casa.
A pesar de haber tenido ya una experiencia similar en Campeche, nada se comparó con “Dean”.
Isaac Klasen, platica su experiencia con el meteoro
En aquél entonces ya tenía a sus dos hijas, Utilia y Catalina, y cuando les dieron aviso, las 50 familias se trasladaron a albergues instalados en Chetumal, sólo unas cuantas decidieron quedarse y no siguieron las recomendaciones de las autoridades.
Isaac Klasen, quien vive en el campo cuatro, recuerda que bajaron al municipio de Bacalar y Chetumal. Más de 80% de los hogares fueron destruidos por “Dean”, por lo que recibieron ayuda de las comunidades menonas de los estados del norte del país, de Estados Unidos, Canadá y Belice, quienes también los ayudaron a edificar nuevamente sus hogares con material de construcción.
Para que volvieran a ser habitable el lugar donde vivían, tardaron más de cuatro meses y, a raíz de ese evento natural, algunas familias, quienes pudieron solventar el gasto, construyeron sótanos para cualquier evento hidrometeorológico.
COSAS DE MUJERES
Por lo menos, una mujer de cada campo se dedica a dar el servicio de costura y confección para hacer el traje a la medida de overoles, camisas y vestidos para el vecindario.
Ana Dick, esposa del subdelegado, es originaria de Zacatecas. Es muy común que las mujeres, con el apoyo de sus hijas mayores de 12 años, se dediquen a las labores del hogar: limpiar, lavar, cocinar y coser ropa. Su trabajo es cuidar que los hombres de la casa tengan todo listo al momento que lo requieran.
Ana Dick, habla de la vida cotidiana en el campo
Esto es lo que hacemos diario, sonríe y en seguida mencionó: “no me alcanza el tiempo de costurar, por ello, contrato a una persona que me ayude cuando requiero del servicio”. Ella es el segundo matrimonio de Henrich Smith, tiene 36 años y tiene tres hijos con él. Está a cargo de la atención de los 11 integrantes de su familia.
Su mirada se notaba cansada, su rostro era plano, frío, inerte, sin expresiones mínimas de alegría. Las mujeres son muy conservadoras, es muy raro que entablen conversación con personas ajenas a su comunidad. Sólo se les ve en el hogar o trasladándose en su carreta en compañía de sus hijos rumbo a la escuela o a la tienda de abastecimiento.
Al momento de la charla, Ana luchaba contra sus propios miedos. Se tapaba de vez en cuando el rostro, sonreía nerviosa sin que pudiera sostener dicha mueca por más de unos segundos. Ella cruzaba un brazo para sostener el otro en su costado tocando su mejilla, el cabello o el cuello del vestido.
Catalina, Utilia y Nicolás, de 10, ocho y cinco años, respectivamente, son sus hijos y se acercaron curiosos jugueteando alrededor de su madre, llamando la atención, riendo, brincando descalzos entre el césped con una cuerda entrelazada en una de las esquinas de la casa.

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Sus cabellos dorados resplandecían con los rayos del sol asomados ya en este segundo día de estancia en la comunidad. No había más lluvia. El camino todavía se mostraba fangoso, con algunos charcos, el césped mojado y el cielo lleno de nubes “aborregadas”.
Para surtirse de los materiales de costura, no hay mejor lugar que la tienda de abastecimiento del campo dos, misma que es atendida por una joven de 19 años. Ella porta un vestido azul rey con flores estampado rojo con verde. Su peinado está completamente alisado y su cabello largo es recogido con unas trenzas que sujeta alrededor de su cabeza.
Eran las 12 horas del martes. De repente, la bonetería se llenó de clientela. Más de cuatro mujeres que visitaron el lugar buscando desde telas, plásticos, cierres, botones y otros artículos más para las necesidades del hogar. Hablaban muy poco, y cuando lo hicieron era en alemán.
RELIGIÓN
Predican el cristianismo evangelista o anabaptista, en donde al cumplir los 19 años se bautizan y continúan al pie de la letra practicando lo que dice su religión, como vivir en austeridad y ser personas pacifistas dedicadas solamente al trabajo del campo, pues esto les dará la entrada a las puertas del cielo. En la escuela aprenden a leer y a escribir con el único fin de que aprendan a leer la biblia.
REBELDES
Una nueva comunidad se asentó fuera de Nueva Salamanca. En este lugar hay seis familias que decidieron un día dejar, aunque no del todo, sus costumbres que los privaba de utilizar tecnología o vehículos de llantas. El mayor de ellos tiene 40 años. Todos, en su mayoría jóvenes, están decididos en mejorar su calidad de vida.
La comunidad de Nueva Salamanca no ha visto del todo bien esta separación, aunque siguen recibiendo la producción que realizan por su actividad de agricultura.
Esta colonia, llamada Campo Alto, está ubicada a unos 20 kilómetros de distancia de la comunidad menona. Para llegar, se toma la carretera hacia el poblado de Reforma. A partir de ahí son más de 15 kilómetros en donde nuevamente hay que separarse del camino para introducirse a la brecha que llevará a estas familias “rebeldes” a la comunidad menona.
Jensen es originario de Hojas Grandes, Chihuahua, y llegó hace un año; sin embargo, al no estar acostumbrado a vivir con mucha austeridad y que no les permitieran el uso de vehículos, decidieron, junto con otras familias, comprar en otra zona cercana a la otra comunidad. Él tiene cinco hectáreas, mismas que compró a ejidatarios en siete mil pesos cada una. Su primera siembra fue de maíz y ya empezó a sembrar frijol y sorgo; hora esperan que la cosecha sea mucho mayor.

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“Este año no tuve ganancia porque dio muy poco. La tierra estaba muy seca cuando empezamos la siembra de maíz, y aunque creció, no dio buenos elotes”, apunta.
En el caso de esta familia, su tradición de dedicarse a la ganadería también la han trasladado a esta región. Poco a poco ha visto crecer a su rebaño. A veces realizan venta de leche y las esposas elaboran entre seis y 10 piezas de queso listo para la venta.
Cuando no hay trabajo en el campo, se dedican a ofrecer su servicio con sus tractores con llantas en las carreteras; además, refieren que estos tractores maltratan menos los caminos que los que usan ruedas de fierro. Otra de las actividades secundarias es la venta de leche y queso que venden por rebanadas.
Para ellos, el cambio ha sido mejor porque ya tienen la facilidad de utilizar celulares, vehículos, vestir –si así lo prefieren- sin el tradicional overol, camisa a cuadros y sombrero tejano, los cuales cambiaron por jeans de mezclilla, playeras o camisas de telas lisas y gorra.
Para su mayor comodidad, y por la falta de luz eléctrica, acondicionaron en sus hogares paneles solares que aprovechan para iluminarse y lograr que su refrigerador mantenga conservados los alimentos.
Jorge, un joven que va a cumplir 19 años mes, nos abordó para que lo lleváramos hacia Bacalar. Lo acompañaba otro amigo. Ambos vestidos con camisa a cuadros abotonada hasta el cuello y con pantalón de mezclilla y tirantes en el dorso.
A Jorge se le veía inquieto, sonriente, su rostro irradiaba felicidad, viajaría con su amigo a Belice a visitar a la familia. Con frustración habló de lo mal que la pasaba siguiendo las “tradiciones” de los menonas. “Estoy harto de vivir así, sin nada sin que pueda viajar en carro o comprarme un celular, por eso espero cumplir la mayoría de edad para irme con mi hermano que está en la nueva comunidad en donde sí se puede tener mejores comodidades”, y comenzó a reír nervioso.
Había expresado algo que, a los ojos del amigo, era nuevo entre ellos. Su amigo permaneció en silencio, algunas veces forzó su sonrisa intentando mimetizarse con Jorge, quien no paró de hablar hasta que llegamos a Bacalar y descendió del vehículo para luego caminar erguido, tratando de llamar la atención, como aquel chico rebelde que no seguía la tradición de la discreción.

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