Por Carlos del Castillo Tello
En la localidad de San Agustín Chunhuás en el Estado de Campeche, la familia Caamal encontró la fórmula de trabajo perfecta para potencializar sus huertos familiares. Yesica, estudia la carrera de Ingeniería en Innovación Agrícola Sustentable en el Tecnológico Superior de Calkiní y gracias a los conocimientos adquiridos en la escuela, sumado con la experiencia de sus familiares en el campo, han podido convertir el huerto en un espacio de convivencia familiar y de autoconsumo.
Toda la familia realiza sus labores diarias, la más pequeña, temerosa de la cámara fotográfica, nos comenta con sinceridad que ella se dedica a la hidratación de las plantas, “yo las riego, a veces”. Su hermana, unos años más grande, reconoce perfectamente cómo debe sembrar y preparar la tierra dependiendo del fruto, “tenemos que estar preparados porque hay momentos en donde las tuzas se comen nuestra producción”, mientras nos mostraba las remolachas que habían sobrevivido a la cena de la tuza.
La madre de Yesica, doña Lupita, es la cabeza de este gran proyecto, quien cerró por un momento su tienda de abarrotes para mostrarnos su solar, “en estas tierras hemos producido mucho alimento, incluso hemos experimentado con algunos que no son de la zona”. La lista es larga y mi mente sólo recuerda algunos de los productos que cosechan: lechuga, cilantro, maíz, remolacha, tomate verde, cacahuate, jamaica, pepino, cebollina, calabaza italiana, rábano, chile habanero, chile dulce. Doña Lupita, orgullosa del trabajo realizado en conjunto, menciona “ni un solo químico ha sido usado en este huerto, gracias a la educación que está teniendo mi hija, hemos podido fabricar nuestros propios fertilizantes, controlar y evitar plagas”, produciendo alimentos totalmente orgánicos en el patio de su casa.
El huerto se complementa con los animales que la familia también cria, entre ellos una pequeña vaquita, que es alimentada con los árboles del área. Respecto a la crianza del cerdo pelón o criollo mencionaron, “el señor que nos los compra comentó que no deberíamos criarlos porque la empresa grande de cerdos, sólo compra los rositas, pero a nosotros nos gusta criarlos, son muy dociles, ésta de aquí de seguro ya está cargada”, se acerca a una cerdita que está recostada y le da unas palmaditas a su panza.
Amablemente me invitó al corral donde tienen todas sus aves, “se alborotan cuando les aviento unas bolitas de masa, ¿quieres pasar?” Pavos, patos, gallinas y un ganso, estaban ya preparados para recibir sus alimentos, como todo, su gallinero tenía que estar bien armado y sellado para evitar que los animales nocturnos se dieran un festín, aunque es muy difícil evitar las serpientes, mencionó.
El alma de este huerto, es la abuelita Lucrecia, quien con su suave voz recordaba aquellos tiempos donde veía a más gente trabajando su propia tierra. Con la mirada al huerto y una leve sonrisa menciona estar feliz de ver a toda su familia en este proyecto, está consciente de estos “nuevos tiempos” y que la voracidad de las grandes ciudades atrae a los jóvenes, olvidándose del campo. “Consumimos lo que producimos”, y nuevamente dirige su mirada al huerto concluyendo con una pregunta que lanzó al aire: “¿Pues para qué son las tierras sino para ser producidas?”
Todavía hay jóvenes que creen, estudian y trabajan en el campo, este proyecto es un pequeño grano de arena donde ellos llevan sus conocimientos e insumos proporcionados por la escuela, a sus comunidades, familiares, vecinos y amigos, siendo portavoces del autoconsumo.