Page 23 - Rural MX Abril 2023
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La camioneta de redilas recoge la mercancía a la vera del sendero y luego de recorrer los empedrados caminos llega al lugar del abasto que surte a los mercados.
Ahí, las venteras y venteros abren sus puestos y comienzan el llamado a la clientela atenta a sus ofertas y dispuesta a probar los pequeños bocadillos de muestra, observar con un sabio ojo analítico la fruta calada y sin remilgos, llevarse los atados de hierbas a las expertas narices que miden en el aroma la frescura del producto.
Buscando el alimento, la prenda de vestir, la joya de “hach oro” o de fantasía, la planta medicinal que activará la sugestión para poner remedio a todos los males, la gente camina y se tropieza por los pasillos del mercado que parece un intrincado laberinto.
No falta un viejo saxofón, una trompeta de latón o un modesto tambor para hacer música compitiendo con los radios que suenan a toda voz en algunos puestos, para hacer menos tediosa la jornada de quienes venden, y más festivo el paso de los que compran.
Mujeres, hombres, niñas, niños, ancianas y ancianos; prisas, calma, propinas, regateos, indiferencia, coqueteo, urgencia por dar con los baños, elegancia, austeridad, rostros límpidos, caras ajadas, pasos firmes, caminar entorpecido, obesidad, esbeltez y un largo etcétera.
Parafraseando a Publio Terencio pudiéramos decir: “Nada de lo humano a los mercados les es ajeno”.
Realizadas las adecuadas elecciones se van llenando el sabucán y la canasta, de ahí a casa, después la salsa, el platillo, la limonada, la sonrisa.
Todo a partir del amanecer, con los rayos del sol y el trabajo campesino, todo con el empeño de cientos de hombres y mujeres que construyen el milagro. Salud por ellos, salud por ellas.
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