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México: cómo mascar chicle orgánico ayuda a conservar la selva maya

La extracción del látex del chicozapote es una importante fuente de ingresos para habitantes de Quintana Roo y Campeche; también es el corazón de una estrategia de manejo sostenible del territorio forestal.

Cuando conoció la goma del chicozapote (Manilkara zapota), Thomas Adams no pensó en una golosina para entretener la dentadura, sino en un sustituto para el caucho extraído del Hevea brasiliensis, con el cual poder fabricar llantas o botas. Pero el látex del chicozapote, que crece en el sureste de México, no tiene la resistencia y elasticidad que su pariente sudamericano, así que el inventor y empresario estadounidense se vio obligado a buscar otras alternativas.

La visión de Adams se amplió en Nueva York, cuando conoció al entonces exiliado expresidente de México, Antonio López de Santa Anna. El caudillo era fiel a la costumbre —practicada tanto por mexicas como mayas, según registros históricos que incluso le atribuyen al náhuatl el origen de la palabra: tzictli— de mascar goma de chicle para calmar los nervios o por sus efectos para tener una dentadura sana. Adams decidió explorar la idea de comercializar la goma de mascar, ajustando la consistencia y agregando sabores.

Un chiclero recolecta el látex del chicozapote. Foto: Juan Mayorga.

Lo que no necesariamente se conoce de esta historia es que la extracción del látex del chicozapote es una actividad que ayuda a conservar los bosques tropicales del sureste de México, pues obliga a los productores a cuidar el hábitat de estos árboles.

“Desde el siglo XIX, los chicleros se acostumbraron a cuidar no sólo los árboles de chicozapote como especie guía de la ecología del bosque, sino también todo su entorno, porque vieron que afectar a otras especie dañaba al chicozapote y la producción de chicle”, explica el ingeniero forestal Gerardo Ramírez, gerente de producción del Consorcio Corporativo de Productores y Exportadores en Forestería S.C. de R.L, mejor conocido como Consorcio Chiclero, agrupación de cooperativas que procesa y comercializa la goma de chicle que se extrae de los ejidos de Quintana Roo y Campeche.

“La extracción de chicle es totalmente sustentable y compatible con la conservación del monte”, afirma Hugo Galletti, director técnico forestal de la Asociación de Productores Ejidales de Quintana Roo. “Esta actividad ayuda a mantener el aprovechamiento del monte y los controles para que no haya clandestinaje y no destinen más áreas al uso agrícola o ganadero”.

Ingeniero Gerardo Ramírez del Consorcio Chiclero. Foto: Juan Mayorga

La  extracción de chicle ofrece a las comunidades forestales ingresos mayores al promedio de otros trabajos (como la agricultura, la albañilería o venta de comida), con los cuales pueden financiar sus actividades de conservación del bosque, que incluyen la recolección de semillas, la producción de plantas en invernadero y la reforestación. Esto lo sabe bien Rubén Ayuso, chiclero de 53 años que alterna la pica del chicozapote con su oficio de albañil en el ejido Tres Garantías, en Quintana Roo. “Acá el jornal está a 200 pesos (unos 10 dólares), pero en el chicle puedes ganar tres veces más”, explica.

Además, el desarrollo de la actividad chiclera ha impulsado la elaboración de planes de manejo forestal, certificaciones internacionales y otras prácticas de conservación del bosque tropical. Y recientemente, ha llevado a distintos ejidos —Tres Garantías entre ellos— a trabajar en el manejo de sus acahuales o huamiles como se le llama al bosque secundario: fragmentos de la selva que fueron deforestados para ganadería o agricultura y que, una vez abandonada esa actividad, recuperan su cubierta vegetal de manera natural.

De esta forma, la industria chiclera conserva y abona a la recuperación de la selva maya.

Árboles de chicozapote. Foto: Juan Mayorga
Árboles de chicozapote. Foto: Juan Mayorga

La “ordeña” de un árbol

La familia de las sapotáceas es la más abundante en el sur de la Península de Yucatán, y a ella pertenece el árbol de chicozapote. En una sola hectárea de estos bosques tropicales puede haber hasta 30 árboles de Manilkara zapota, pero en la misma superficie sólo se halla una caoba.

Quizá muchos ubiquen al Manilkara zapota por su fruto redondo y carnoso, pero en general se desconoce el árbol en su estado selvático, donde alcanza hasta 45 metros de altura y su tronco llega a tener más de un metro de diámetro.

Para poder extraer su savia, un árbol de chicozapote debe tener un mínimo de 25 centímetros de diámetro en su tronco, esa medida la alcanza cuando tiene los 25 años de edad; ese tiempo también depende de las condiciones del clima y del suelo, explica el ingeniero Galletti. Una vez maduro, el proceso de extracción es totalmente artesanal y corre a cargo de los chicleros, gremio que mantiene su oficio casi intacto desde hace casi dos siglos.

Para “chiclear”, como llaman a su trabajo, los chicleros son exhaustivos en el cuidado de sus únicas herramientas: botas de hule, puyas de fierro con estribos para las botas, sogas y, lo más importante, un machete largo y afilado.

Los chicleros deben tener destreza y técnica para no caer del árbol. Foto: Juan Mayorga.

Los chicleros deben tener destreza y técnica para no caer del árbol. Foto: Juan Mayorga.

El arte del chiclero es hacer tajos en zigzag en la corteza del chicozapote para que sirvan de canales por donde escurra el látex lechoso que enseguida brota del interior del árbol y se concentra abajo en un solo punto, que regularmente es un bolso o bote colocado al nivel del suelo. Esto es fácil durante el primer metro y medio de altura, pero la “pica” debe continuar por los casi 20 metros de fuste que tiene un tronco de chicozapote. Para ello, el chiclero se amarra con la soga al árbol y asciende clavando las puyas de sus botas en el tronco, mientras con las manos maneja el machete.

“Dicen que los primeros subían descalzos, pero incluso ahora no es fácil”, afirma Rubén Ayuso. “Hay algunos que se llegan a caer de más de cinco metros y hay serpientes, entonces es un trabajo duro”.

Un chicozapote puede dar más de un litro de látex. A veces hasta tres. Pero la productividad no se mide por árbol, sino por el conjunto de árboles chicleados. “En un buen día, puedes sacar unos 60 kilos”, explica Ayuso.

Rubén Ayuso, uno de los chicleros del ejido Tres Garantías. Foto: Juan Mayorga

Los chicleros y sus familias cocinan al fuego esta savia para extraer una goma base, que es lo que entregan a la planta de procesamiento en bloques sólidos que llaman “marquetas”. El resultado es un producto vegetal. “Nosotros insistimos en que se haga la diferencia entre el chicle, que se elabora completamente con goma de chicozapote, y la goma de mascar, que en estos tiempos es prácticamente puro petróleo”, explica el ingeniero Ramírez.

En cuanto al árbol de chicozapote, después de haberlo “chicleado” se deja a su proceso natural de sanación, lo cual puede llevar entre 5 y 10 años, todo depende del tipo de suelo, humedad y asociación vegetativa. Eso sí, conservará las cicatrices zigzagueantes que lo delatan como un árbol productivo. Los manuales técnicos establecen un criterio de 8 años para que un chicozapote pueda soportar otra pica. Esto implica que cada árbol puede ser chicleado al menos unas tres veces durante su vida.

Tal vez por su rutinaria productividad o porque da un tipo de leche blanca, pero la extracción del látex del chicozapote es referida en la literatura como “la ordeña del chicozapote”.

Fuente: Juan Mayorga / Mongabay Latinoamérica

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