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Mientras dormías: Bitácora de un Transeúnte

Texto y fotografías de Felipe Ahumada Vasconcelos

La ciudad tiene unas cuantas horas de un intenso pero discreto movimiento con, digámoslo así, ruidosos espasmos de momento: El amanecer aún se siente lejos cuando se escucha un rugiente motor, seguido de voces altisonantes acompañadas de golpes de metal y el ladrido de un perro; en menos de dos minutos se recupera el silencio, en tanto las negras bolsas de plástico que contienen los desechos viajan a un destino que no conocemos. 

Eventualmente oímos, como el rumor del mar lejano, los autos que en la madrugada transitan por el pavimento, van o vuelven, no sabemos. 

En sus nidos los pájaros todavía no han abierto las partituras que están cerradas como sus párpados nocturnos, soñando con sus vuelos. 

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Mientras aún duermes, lejos de ti, en algún lugar, la luz en la cocina delata que ya son las cuatro y media de la mañana; en su rutina somnolienta una joven madre calienta las viandas y prepara los alimentos que irán a las loncheras que, como el cofre del tesoro, revelaran sus delicias horas más tarde, en el recreo: un pan con mermelada, un plátano, una manzana. 

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Lejos de ahí, con sus gruesos delantales de rígido plástico blanco, con el cuchillo en una mano y un afilador en la otra, los tablajeros se disponen a destazar la carne que viaja muy temprano en el congelador del camión, que ha partido desde el matadero surcando las calles que conducen al mercado, pasando inadvertido por los vecinos que duermen. 

También, mientras aún duermes, ya de pie y con cierta prisa, los comunicadores y el staff que hace posible la transmisión del noticiero van 

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frescos hacia la estación de radio o la televisora, confiando en que los empleados de las gasolineras o los conductores del transporte público estarán dispuestos a servirles cuando el reloj no ha marcado las cinco. 

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Así en el camino se cruzan con las motos o las bicicletas que llevan a las casas el periódico del día. 

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En las fábricas comienzan a quitarse los candados de las rejas y a abrirse las cerraduras. 

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Temprano, mientras aún duermes, amanece el aroma de las panaderías, alguien que apagó el despertador muy de madrugada para estar a tiempo, encendió́ el horno; alguien preparó la masa, alguien les abrió la puerta. 

En las calles, el rumor de las escobas despierta a los pájaros anunciando que es la hora de comenzar el día. 

Pronto la ciudad se poblará de estudiantes que, con uniformes recién planchados y bolsas de lona a la espalda, viajarán en el camión escolar o el autobús de línea que aguardan en los paraderos. 

La vida comenzó, llegó el momento de hacer una oración en la mañana acompañada de gratitud y de esperanza, incluye en ella a todas y todos quienes han construido este milagro mientras dormías. 

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