Un poema escrito por Jose María Gurría Urgell, también llamado el Romancero del Grijalva, un chiapeneco de Pichucalco, con alma tabasqueña.
De José María Gurría Urgell
Mucho varón era
el viejo
para caer del caballo.
Fue la bestia que al subir
el empinado barranco
cayó de espaldas con él
echando al aire los cascos.
La manzana de la silla
con una piedra del vado
le rompieron el esternón
y parte del espinazo.
Así fue como empezó
a morirse Don Nazario.
Le dieron friegas al pecho
con árnica y con tabaco.
Cuando lo vio el doctor
que enviaron de Pichucalco
nomás movió la cabeza
para un lado y otro lado.
Con un propio le mandaron
a decir a su muchacho
que era estudiante en
San Juan
la capital de Tabasco.
Tan luego como llegó
las lágrimas le rodaron.
Cuatro días con sus noches
estuvo el viejo privado
en el quinto abrió los ojos
y los paseó por el cuarto
y mirando tanta gente
se dio cuenta de su estado.
Ya me tocó, doctorcito
para qué lo molestaron.
No se preocupe, Don Naz
que no es cosa de cuidado.
La cosa estaba de Dios
y sé que estoy acabando.
Sin ocultar su tristeza
miró al muchacho a su lado.
Sentado estaba en el catre
y cogiéndole una mano.
Con un gesto le pidió
el vino seco y dorado.
Miró el joven al doctor
que autorizó lo mandado.
Bebió el viejo de un jalón
cuando menos medio vaso
y entrecerró las pupilas
para saborear el trago.
Al abrirlos, nuevamente
buscó la faz del muchacho
y dictó su testamento
con acento firme y claro.
Yo le serví de testigo
y hoy le sirvo de escribano.
“Dueño legal de esta finca,
si no es hoy, para mañana
en tus manos será mucho,
será poco, será nada.
Es riqueza en la medida
en que el amo la trabaja,
con un año de abandono
se la come la montaña.
Instrumento de labor
sin trabajo, sólo es carga;
como un machete, sin
hombre que lo saque de su vaina.
Y con ello te esclaviza
pero se vuelve tu esclava
pero esclavos uno de otro
al par serán amo y ama.
Y de este modo te harás
la cuenta de que la casas
pero no sólo contigo
sino con toda su raza.
Ella y tú solo difieren
en que ella queda y tú pasas,
cuando se acabe tu amor
el de tu hijo lo reemplaza.
Te dará para vivir
no para juegos y danzas
pagándote tu trabajo
se apropiará la ganancia.
Pero tú serás dichoso
contemplando lo que gana
entre más hermosa sea,
más presumes con tu dama.
Nunca el oro te dará
sus árboles ni su casa,
obra de años son, y el tiempo
ni se compra ni se tasa.
Así pensaron mis gentes
y así mismo pensó mi alma:
quien trabaja por amor
no se preocupa de paga.
Y sembraron naranjales
verdes como la esperanza
sin pensar por el momento
en comerse las naranjas.
(Fragmento)
Por Alberto Banuet A.
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