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Temax, la lluvia te sienta bien…

Por Ana Laura Preciado

A la mitad de un martes en plena tarde de verano, una lluvia intensa cayó sobre Yucatán. Los días en el estado han estado así últimamente: días grises, nubes gordas que desde sus entrañas emiten quejidos ahogados y profundos; últimamente ha habido muchas tormentas.

Muy a menudo no estoy contenta con los días nublados porque las plantas de mi patio languidecen rápido, la sensación de humedad acrecienta, así que te sientes eternamente sudado y los mosquitos se multiplican como los gremlins al contacto con el agua, así que no estoy a salvo de picaduras y molestas ronchas.

Pero aquel día en Temax la lluvia parecía diferente. Era una tarde normal, la gente seguramente estaba refugiada en sus casas o cumpliendo con la jornada de trabajo, así que las calles estaban vacías. Solo algunas personas corrían para escaparse de la inevitable empapada, o unos más andaban tranquilos dentro de los contados mototaxis que circundaban el parque principal.

Temax tenía un semblante calmado y silencioso, a excepción del repiquetear de las gotas de lluvia y algunos pasos rápidos que chocaban contra los charcos de agua… ojalá en mi patio el agua sonara así de reconfortante. La lluvia de Temax parecía tener un efecto balsámico que insistía en arrullarme.

El lugar me hipnotizaba: entre los grandes árboles con forma de brócolis simétricos se asomaba la cúpula de la iglesia y ex convento dedicado a San Miguel de Arcángel.

De un color rojo quemado deslavado y un amplio espacio verde asentado en la falda perimetral, el edificio que data del siglo XVII brilla por su arquitectura colonial, la cual podrás apreciar en su fachada, paredes, cornisas, campanario y cúpulas.

Al asomarme observé la entrada abrazada por un gran arco de piedra labrada y un poco más arriba, sobre ella, hay un balcón con un gran vitral con la imagen alusiva a San Miguel de Arcángel con una inscripción que –desde mi perspectiva- no alcancé a leer.

A un costado de la iglesia, entremezclado entre los arrullos de la lluvia, se distinguían apenas los cánticos de algún coro o grupo que practicaban con ahínco.

Pasé de largo y continué hacia la cancha de fútbol solo para observar la amplitud del espacio: desértico, no había ningún alma caminando por la zona; la lluvia había hecho bien su trabajo. Ante las puertas cerradas de la iglesia, elegí esconderme de las gruesas gotas en los bajos del Palacio Municipal.

“1898”, la fecha aparecía discreta sobre un labrado de piedra del escudo nacional y muy por encima está el reloj dispuesto desde el año 1976. Mientras tanto, a lo largo del pasillo, algunas personas y perros merodeaban por ahí y miraban con tranquilidad el caer de la lluvia.

Me uní a ellos para seguir contemplando la escena: charcos de agua con varios pétalos de flamboyán y lluvia de oro que flotaban sobre el agua, adornaban los pies de los bancos que rodeaban al parque; unos cuantos x’kaues (o zanates) revoloteaban sobre los pétalos y bebían el agua acumulada; un par de transeúntes en bicicleta rompían con estos cuerpos de agua amontada sobre la calle para dejar a su paso un fino rocío que se perdía entre las gotas de lluvia.

La tarde cayó, pero no me di cuenta, el cielo gris tapaba cualquier rastro de los rayos de sol a punto de esconderse. El parque principal de la localidad seguía vacío y tranquilo…

… A Temax la lluvia le sienta tan bien…

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