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¿Todo bien parcero?

Colombia sí tiene paraíso

“¿Todo bien parcero?” Fueron las primeras palabras que escuché al estar sentado en el avión volando

a Colombia. Un maravilloso viaje en el cual sonreí, disfruté, lloré y hasta hoy día lo recuerdo con añoranza y cariño.

Al principio la idea no era tan buena para mi familia, “¿Colombia? Narcotráfico, peligro, drogas”; pero mi respuesta: “cuando vuelva, les diré que tan certeros son sus comentarios”. Era la primera vez que emprendía un viaje solo a un país un poco lejos de casa.

IMG_0353Llegué a la ciudad de Popayán, Colombia, donde mi principal objetivo fue hacer un voluntariado de 2 meses, consistía en apoyar a una fundación llamada “Rincón Mágico”, en donde doña Libia, quien fue como una madre para mí, cocina para unos 200 niños que son desatendidos por su familia o no cuentan con los recursos para que puedan cocinarles en casa.

Lo que comenzó a volver mágica la experiencia es el intercambio cultural que tenía día a día. Durante mi estadía una familia me “adoptó” y estuve viviendo con ellos, los primeros días que platicábamos prácticamente no nos entendíamos, ya que hay muchos regionalismos; chimba, bacano, que pecao, dando papaya, luquitas, gomelo, achichay.

Me habían dicho que la comida tradicional incluye mucho huevo, arroz y frijol y sí en efecto, comprobado. Tenía muchas expectativas de cuál sería el primer platillo que comería, estaba abierto a probar todo lo que los colombianos me ofrecieran; cuando el platillo estaba en la mesa, lo primero que pensé es qué hace un huevo estrellado en mi caldo, así es, platillo típico, “La Changua”.

Cuando salía a conocer la ciudad, apenas emitía una palabra, venía automáticamente la pregunta “¿De dónde eres?” Juro que en alguna ocasión me dijeron que si era de Jerusalén.Tenía que romper con el estereotipo que tienen de los mexicanos: “No, no siempre vemos El Chavo del 8; no todos tenemos cactus en nuestras casas, ni escuchamos todo el día mariachi” -aunque bueno, en una fiesta nunca falta-.

Mis días consistían en encontrarme por la mañana con mis amigos, ir a Los Sauces (barrio donde se ubica la fundación), y llegaba una de mis partes favoritas: almorzar con los niños y darles clases de educación ambiental. Yo creo que la mayor recompensa de eso era ver las sonrisas que les brindábamos día a día; el cómo las cosas tan simples, por ejemplo, hacer un avioncito de papel o llevar barquitos a La Chorrera (pequeña cascada) les hacía felices, no tiene precio.

A partir de las 16 horas terminaba nuestro compromiso por lo que optamos conocer la ciudad, visitar museos, áreas verdes, miradores y no podían faltar los bares. Mérida es una ciudad plana, por lo que cuando llegué a Popayán y veía los paisajes, parecían de ensueño; los ríos, las cascadas, las montañas, el atardecer, pero sobre todo, la gente, que día a día conocía y me acogía como si fuera parte de su familia.

Los fines de semana agarrábamos nuestras mochilas y nos íbamos a visitar ciudades aledañas. En mi primer viaje nos fuimos a Silvia a pescar truchas, nos dijeron que vayamos a La Playa, bueno, yo imaginé que nos pararíamos en la arena para pescarlas, pero vaya sorpresa, así se llamaba el restaurant en donde las cocinan.

IMG_9815Uno de mis más grandes sueños era hacer paracaidismo y tuve la oportunidad de hacer algo similar, volar en parapente. Viajé 6 horas para llegar a Balboa y poder apreciar desde los aires la cordillera occidental y sentir el viento en mi rostro, acompañado de la sensación de quedarme sin palabras, con una lágrima en mi rostro por tanta felicidad. Para poder complementar la experiencia; en donde aterricé no había autobús para retornar a la ciudad donde vivía, por lo que tuve que pedir aventón para que me llevaran de vuelta a la autopista, y fue así como viajé por dos horas en la parte trasera de una camioneta, acostado entre kilos y kilos de tomate.

Es difícil dejar ir a las personas que quieres, más cuando te encariñas y sabes que probablemente pasen muchos años hasta que los vuelvas a ver. Esta es mi primera publicación y le quiero dedicar este logro a mi familia por apoyarme en el camino.

Cerraré el texto con una frase que les dije a mis papás cuando volví de regreso a Mérida: “Estoy muy feliz de volver con mi familia, pero al igual triste por haber dejado a otra en Colombia”.

 

Por Julio Leal

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