Un hombre llamado libertad
Su nombre es Adán Preciado y hace muchos años intenté educarlo de acuerdo a mi manera de ver las cosas, desde mi visión del mundo, luché para que viniera a vivir con nosotros a la ciudad, le pusimos una pequeña tienda de abarrotes, le dimos una calculadora para que vendiera kilos de 800 gramos y le diseñamos su futuro. La cosa era perfecta, la mejor salida para el “hermano salvaje”.
Por: José Luis Preciado
El hombre de la foto con rostro de Tanilo, -su padre, mi padre-, es más silencioso que un fantasma, habla poco y cuando lo hace todos nos quedamos callados, recuerdo en las tertulias de casa, alzaba la mano y mi padre le daba su lugar… cállense, hablará Adán… ya todos sabíamos qué iba a decir, pero papá le apostó siempre… adelante Adán.
Con cierta tartamudez, propia de tanto callar, decía: Yo sólo sé que esto se va a poner peor. Esa era su frase, no importaba cuál fuera el tema; lo mismo se hablara de temporal, economía, parto de una vaca o el casorio de alguna de mis hermanas, esa era su frase favorita, su premonición, para luego sentarse y quedarse callado varios días, hasta que consideraba que hacía falta su opinión de nuevo y ahí va: Yo sólo sé que esto se va a poner peor.
La tiendita de marras fracasó ante la generosidad de Adán que fiaba todos los ultramarinos. Ante la crisis manifiesta, hicimos una junta de consejo y le comenté a mi hermana Adelina, -cómplice en transformar a Adán-, creo que nos faltó poner ese letrerito contundente: “No está el que fía, fue a partirle la madre al que le debía”; o al menos a ese que reza: “Hoy no fío, mañana tampoco, vuelva cuando los cocodrilos vuelen”. Daba igual, el hombre se convirtió de la noche a la mañana en el más popular de la Colonia Maya, hasta que se acabó la mercancía, luego se nos desbalagó a tomar tragos con unos albañiles de aquella colonia en obra negra, por allí se supo que lo iban a culpar de algunas majaderías a policías del sector, a todas esas él no decía ni pío, sobre aquello que le gusta, le duele o que iba a hacer ya sin tienda y sin clientes, además juntándose con prófugos de alcohólicos anónimos. Ni siquiera nos escupió su frase favorita: Yo sólo sé que esto se va a poner peor. Y vaya que se puso así.
Adelina y yo convenimos en treparlo a un avión y mandarlo de vuelta a su Palmar querido, para que eso funcionara tuve que llevarlo hasta el estribo de la aeronave y verlo partir, a mi madre le mentimos para que no supiera que nos dimos por vencidos.
Liberado de la pesada losa de ser otro, hoy Adán es el hombre más feliz que he conocido, su hábitat son los bosques, los ríos, baja frutos de los árboles, luego va y los vende o los regala, duerme lo mismo en una casa de algún amigo o amiga, que en una cueva o una banca del jardín de esos pueblos donde todos lo conocen y lo saludan, le dicen “El peruano”. Tengo otro hermano de nombre Félix que bautizó a todos allí en el rancho, de su “bullying” no se salvaron ni sus hijos.
Aquí en las grandes ciudades, vivimos aterrados por el futuro, se nos cae el pelo ante la incertidumbre o el estrés, buscamos subir más y más la escalera del éxito, para darnos cuenta de que todos los peldaños llevan al mismo lugar; el panteón. Hacemos planes, nos regocijamos si nos salen bien las cosas y aseguramos el pavo de mañana, nos vamos a pique si algo no encajó en ese juego de azares que nos depara la vida. Nada de lo antes descrito le ocurre a Adán, hace un tiempo pensé “bendita inconsciencia la de mi hermano”, a ese hombre no le hacen falta mis conmiseraciones, ni mis desvelos, ese hombre viaja ligero por la vida, sin roperos, sin más mudas de ropa que la que lleva puesta, por eso es muy común verlo hecho un dandy vaquero que uniformado de bárbaro con ropas ajadas por el uso y el tiempo, para luego recibir más regalos de la misma gente, que a su vez él entrega a los demás, como lo hizo con su tienda de Mérida.
Mis primos y otras familias, -los adoro a todos-, seguido me mandan fotos de Adán y me dicen sin saber de esta historia; ¡Oye, mira la foto, es Adán tu hermano y te manda saludos! Lo miro así como está en esa foto que me llevó a escribir esta carta y pienso; hermano cómo te envidio, pensar que un día quise cambiarte, deformar tu libertad, encarcelar tu espíritu, tu apego a la naturaleza… tremenda lección me das cada vez que miro esas imágenes y pienso en esa tu frase: Yo sólo sé que esto se va a poner peor… quizás por eso vives intensamente y en libertad cada segundo, sacando a bailar a la vida, mientras nosotros soñamos con sacarnos la lotería e irnos a vivir tu vida.